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Cada uno afronta la muerte a su manera

Suelo hablar del inicio de la vida en mis redes. Me gusta hablar de educación, de crianza, de lactancia… y especialmente me apasiona el tema de los partos. Entre otras cosas, porque considero que es un tema tabú en nuestra sociedad; tenemos muchos prejuicios, mucha desinformación, es muy habitual que no nos sintamos preparados para acompañar un momento así, tan importante y significativo. Lo habitual es apartarlo, encerrarlo en una sala de un hospital, y así nos enteramos solo de lo imprescindible. En fin, es como si no estuviéramos preparados para convivir con ello; con la excusa de que hay dolor, fluidos varios, etc. si no nos enteramos mejor. Ojalá consiguiéramos naturalizarlo mucho más. Esto no significa acudir todos en modo espectáculo cada vez que una mujer conocida va a parir, sino encontrar un equilibrio que incluya preservar la intimidad del momento y a la vez saber acompañarlo.

Pues para mí sucede exactamente lo mismo con la muerte. Y de eso quiero hablar hoy, de la muerte y de cómo acompañamos los procesos de pérdida.

Me apetece hablar de esto en parte por el gran paralelismo que encuentro en ambos momentos y en nuestra manera de afrontarlos, parece que nos aterra tanto el inicio como el fin de la vida, como si no lleváramos milenios conviviendo con ambos. Pero hay otra razón por la que quiero hablar de esto, y es porque yo misma me encuentro gestionando una pérdida. Y no ha sido la única, en los últimos meses me ha tocado despedirme de varias personas y animales muy queridos. Además, en mi entorno cercano también ha habido muchas pérdidas significativas. Y luego está la crisis del covid 19, que ha hecho de la muerte una compañera constante para todos, hayamos perdido a alguien por esta causa o no. En fin, que el duelo está ahí y siento la necesidad de expresarme al respecto.

El gran tema para mí, a nivel social, son los rituales y convencionalismos que tenemos incorporados ante la muerte de un ser querido. Lo cierto es que no los comparto ni los entiendo. Sí los respeto, sobre todo porque considero que cada uno tiene su forma de afrontar el duelo y muchos necesitarán todo el “paquete” para gestionar su despedida. Con el “paquete” me refiero a la esquela, el velatorio, la ronda infinita de pésames (incluidos los de gente que ni siquiera conoces), la/s misa/s (o los rituales religiosos que correspondan), el entierro o la incineración, las flores… (pongo puntos suspensivos porque en realidad no sé si me dejo algo). Todo ello tiene un cariz muy social, insisto en el término convencionalismos porque al fin y al cabo son cosas que se hacen porque “hay que hacerlas”, son como normas implícitas, ¿no?

Para mí, el duelo supone un proceso muy íntimo y de larga duración. Yo, conmigo misma, voy procesando cada pérdida a mi ritmo. Además, creo que la muerte de alguien querido es algo que no se supera nunca, sino que convivimos con ello el resto de nuestra vida. Sí que se va gestionando de otra forma con el paso del tiempo. Puede haber desde momentos de dolor desgarrador a dulces recuerdos que te llevan a sonreír y deleitarte en el pasado. Pero es algo que siempre estará ahí. Así es como yo lo siento y así es como yo lo vivo.

Voy con mi punto de vista respecto a velatorios y demás rituales de despedida. Creo que lo único que debería importar en esta situación son en primer lugar los deseos del fallecido y en segundo los de sus más allegados. A partir de ahí, debería dar todo igual. En el mundo de las bodas, por poner un ejemplo más social que el del parto, pasa algo parecido; cada vez hay más gente que opta por casarse «de otra manera», sin cumplir con todos los convencionalismos del “paquete”, pero parece que con la muerte todavía cuesta dar ese paso (al menos en mi experiencia personal).

Me voy a lanzar a contaros cómo me gustaría que se despidieran de mí mis seres queridos cuando me muera, mi despedida ideal:

Sería una fiesta en algún lugar significativo para mí. Todos traerían algo de comida y bebida, habría música y humor. Tal vez se compartirían fotos o vídeos de mi vida, hablarían de sus recuerdos conmigo, los momentos memorables, los graciosos, los especiales… Básicamente, sería una despedida con alegría, una celebración de mi vida. Y también habría lágrimas y tristeza, porque es necesario expresar las emociones y compartirlas. Obviamente, esta fantasía que me estoy marcando dependería de cómo y cuándo me muera, pero soñar es gratis, así que ahí os la dejo.

¡Ah! Y ante entierro o incineración, si hablamos de opciones convencionales, incineración sin duda. Pero aún tengo pendiente estudiar otras posibilidades.

¿Qué no querría? 

  • Esquela en la prensa.
  • Misa ni nada mínimamente religioso, ¡todo pagano a tope!
  • Que acudan personas con las que no hubiese tenido una relación cercana en algún momento de mi vida (con lo que eliminamos también las típicas frases de pésame que se dicen por inercia y que también me sobran totalmente), a no ser que tengan una relación cercana con los míos y ellos necesiten su presencia, por supuesto.
  • Tumba.
  • Corona de flores.
  • Que se haga nada en contra de la voluntad de mi familia nuclear.

 

Por eso, cuando se muere alguien en mi entorno más cercano, procuro hacer lo que la persona más allegada al fallecido necesite de mí. Porque igual que mis necesidades son muy diferentes, cada uno tiene las suyas. Y si no nos empeñáramos en encorsetarlo todo, nos enriqueceríamos gracias a las experiencias que aportan hacer las cosas de maneras diferentes.

¿Tú qué opinas, compartes los convencionalismos que solemos utilizar para despedirnos de los muertos o te gustaría hacerlo de otra manera?