Relato de mi pérdida gestacional

Cuando tu hijo se va por el WC (relato de mi pérdida gestacional)

Soy madre. Mi primer hijo tiene 4 años. El segundo solo estuvo 10 semanas con nosotros (algo menos, ya que parece ser que dejan de crecer un par de semanas antes de que empieces a sangrar).

Cuando fuimos al hospital, al día siguiente del primer sangrado, durante la consulta la ginecóloga me preguntó:

-¿Qué edad tiene tu hijo?

-El mayor tiene 3 años y medio- contesté.

-¡Ah! Pero, ¿tienes dos?

-Bueno…

-Vale, el que tienes.

-Sí, el que tengo.

En ese momento dije eso, pero ahora me reafirmo. El mayor tiene 3 años y medio. El pequeño llevaba 10 semanas en mi cuerpo cuando empecé a sangrar. El pequeño existe, también es hijo mío, soy mamá de dos. Este bebé no ha llegado a nacer, pero es un miembro más de mi familia, y siempre lo será. No voy a obviar su existencia, no quiero olvidarle ni sustiruirle. Siempre tendrá todo nuestro amor, y siempre ocupará el lugar que le corresponde, es nuestro segundo hijo.

Ahora voy a contarte cómo ha sido el proceso del aborto. Entiendo que no todo el mundo tiene estómago para esto, o simplemente puede que no te apetezca leerlo. Pero, en mi caso, conocer experiencias reales es algo que me ayuda muchísimo. Por eso quiero compartir mi relato.

Bueno, y por otra razón. Hay muchas cosas que deberían cambiar para sanar poco a poco nuestra sociedad. Y una de ellas es la manera en la que hablamos (o, más bien, no hablamos) del nacimiento y de la muerte. Son temas muy tabú, y no creo que eso sea sano. Hablarlo y naturalizarlo me parece fundamental, dejar de vivirlo en soledad (y a veces en una terrible ignorancia y desinformación) y acompañarlo como un proceso más de nuestro día a día.

Ahora sí, voy a contarte mi experiencia. Si no te apetece leer sobre sangre y detalles escabrosos, gracias por llegar hasta aquí, pero mejor que no sigas.

El relato de mi aborto

He vivido muchas de las experiencias que forman parte de la vida sexual de la mujer: la menstruación, las relaciones sexuales, el embarazo, el parto, la lactancia… y ahora también un aborto.

Semana 1

Todo empezó un lunes por la noche, justo antes de acompañar a mi peque a la cama. Fuimos al baño y vi que había echado algo de flujo con sangre. Era poquito, y al limpiarme con papel no manchaba más. Obviamente, me asusté mucho, pero estaba sola en casa con mi peque y me tocó mantener la compostura (uno de esos superpoderes que tenemos las mamás). Me metí un dedo para comprobar si salía limpio, y así fue, ni rastro de sangre.

Fuimos a la cama y le conté un cuento. Me temblaba mucho la voz, pero tiré palante. Al poco llegó papá y le conté lo que había pasado. Decidimos esperar a ver qué ocurría al día siguiente, confiando en que todo se quedara en un susto.

Por la mañana fui al baño. Más sangre. En realidad era como flujo con sangre, tipo regla, pero flojita, como al principio o al final de la menstruación. Llamé al 061 y me recomiendaron ir al hospital. Muchos nervios, mucho miedo, pero seguimos confiando en que vaya todo bien.

Entro en la consulta sola; no entiendo por qué a veces no permiten que entren los acompañantes, ¿alguien lo sabe? (aclaro que esto sucedió antes de la pandemia). Hay tres chicas jóvenes, bastante riquiñas: una ginecóloga, una auxiliar (supongo) y una chica de prácticas. Me exploran y me hacen una ecografía. Me explican que se ve un saco y un embrión, pero que es muy pequeñito. Según los cálculos, en ese momento yo estaba embarazada de 10 semanas, pero el bebé, por las medidas, parecía de 6. Hay que repetir la eco en unos días para ver si ha crecido y ha habido un error de cálculo (es decir, que esté embarazada de menos tiempo del que creía), pero tiene bastante pinta de aborto.

Así que toca esperar. Es una sensación terrible, pensar que teníamos que esperar una semana para saber qué estaba sucediendo… 

Pasamos el resto de la mañana gestionando las citas que me habían indicado, una analítica y una ecografía. Aprovechamos para hacer algún otro recado, mientras compartíamos la mañana en pareja, procesándolo y hablándolo con calma.

Al llegar a casa, sobre la hora de comer, compruebo que el sangrado va en aumento. En ese momento empiezo a posicionarme y a asumir la pérdida. Fue un momento muy triste, pero por suerte me sentí arropada. Lo que yo no sabía era que eso era solo el principio de un proceso muy largo.

Al día siguiente fui a trabajar por la mañana, pero al rato volví a casa; el cuerpo me pedía reposo. Me quedé profundamente dormida. Por la tarde, con toda la calma, volví a trabajar otro rato (me habían recomendado reposo relativo, y yo fui guiándome por lo que me pedía el cuerpo, que era mantenerme activa, aunque a un ritmo calmado). Un rato después, estaba sentada en el ordenador y noté que estaba sangrando, aunque no fui consciente de cuánto. Al poco me levanto para ir al baño y veo que he manchado la silla. Miro el pantalón y estaba perdido de sangre. Voy al baño, la braga empapada. Me siento en el WC y ahora viene el momento más impactante de todo el proceso…

Ya había echado varios coágulos, pero eran pequeñitos (a mí me recordaban al sangrado del postparto). Y de repente noté como si algo se me cayera; algo mucho más grande, como un coágulo gigante. Fue una sensación indescriptible. Sucedió muy rápido, pero noté perfectamente cómo se deslizaba y caía, salpicando en el agua. Y pensé: “Ya está, ese era mi bebé”. Así que tiré de la cadena y me fui a casa.

Por suerte, disponía de algo de tiempo antes de que me trajeran al peque, así que me di una buena ducha, avisé a mi marido de que viniera, que le necesitaba, y tuvimos un rato solos para contarle lo que había pasado y llorar.

Aparte de la tristeza y de la situación tan dura, había algo que me inquietaba bastante: necesitaba saber qué iba a pasar. No me habían explicado nada, y tenía muchas dudas: tras ese episodio, ¿debía volver al médico antes de la cita que tenía programada? Cuando fuera, ¿qué me iban a proponer o a hacer? ¿Cuáles eran los posibles tratamientos y qué implicaba cada uno?…

Decidí pedir ayuda a una matrona que conozco en la que confío plenamente y que me respondió enseguida. Quedamos y me explicó todo lo que necesitaba saber, resolvió mis dudas y me regaló varios consejos. En resumen, esto es lo que me contó:

  • El episodio del sangrado a lo bestia con coágulo gigante no iba a ser el único, se iba a repetir.
  • El proceso iba a ser largo, más que una regla (como mi regla suele durar cerca de una semana, me dijo que contara con 10-15 días).
  • Cuando fuera al médico, las posibilidades eran:
  1. Que no me hicieran nada (es decir, dejar que todo se desarrollara de forma natural, sin intervenciones).
  2. Que me dieran un tratamiento con pastillas, que provocan contracciones y aceleran el proceso.
  3. Que me hicieran un legrado, que es una intervención en la que te limpian las paredes del útero.
  • Me iba a seguir sintiendo rara durante un tiempo, como si aún estuviera embarazada.
  • Es habitual seguir sangrando o manchando hasta que venga la siguiente regla, y esta puede ser bastante extraña.

Gracias a esta maravillosa mujer me quedé muchísimo más tranquila. Decidí esperar al día en que tenía la cita, para haber expulsado ya lo más posible, confiando en que el proceso fuera natural.

Al día siguiente (ya era viernes) tuve de nuevo un sangrado muy abundante en el que expulsé un montón de coágulos, algunos que no eran pequeños precisamente, y dos enormes, como el de la vez anterior. A partir de ahí, el sangrado fue disminuyendo. El malestar, tipo regloso, se mantuvo durante bastantes días, pero no me impedía hacer vida normal, aunque a un ritmo mucho más tranquilo que el que había llevado los últimos meses (por circunstancias que no vienen al caso, habían sido, con diferencia, los más estresantes de mi vida).

Semana 2

El día que me tocaba la cita para hacerme la ecografía estaba muy nerviosa, tenía mucho miedo de que tuvieran que hacerme algo, para mí era muy importante que el proceso fuera natural. Y, por otra parte, esta visita fue en un centro de salud en el que en mi primer embarazo tuve malas experiencias. Así que, por un lado, estaba nerviosa por saber si me iban a proponer algún tipo de intervención y, por otro, estaba nerviosa por la incógnita de cómo me iban a atender.

Pero tuve muchísima suerte y me cayó un ángel. Me atendió una chica que, desde el momento en que me tumbé en la camilla, empezó a hablarme. Eso ya fue una gran diferencia, porque en mi primer embarazo cuando iba a las ecografías en este mismo lugar lo habitual era que ni siquiera se dirigiesen a mí en prácticamente ningún momento, a no ser que yo hiciera alguna pregunta. Yo recordaba una sensación muy fría y muy muy muy desagradable. En cambio, esta chica fue en todo momento muy dulce, muy empática y me explicó todo muy bien.

 El caso es que me hizo la ecografía y todavía quedaban restos, que estaban bastante adheridos, y los resultados de la analítica indicaban que yo estaba muy al borde de la anemia. Así que me recomendó un tratamiento con pastillas para acelerar el proceso de aborto; aunque ella era partidaria a priori de que todo fuera lo más natural posible, en este caso no le parecía la mejor opción. A mí me pareció correcto (en realidad, lo que más miedo me daba era el legrado) así que decidí aceptarlo. El tratamiento consiste en 4 pastillas que te introduces en la vagina todas a la vez; debes hacerlo por la noche para que no se caigan y a lo largo de 48 horas, más o menos, hacen su efecto. Lo que hacen es acelerar el proceso (lo que sucedería a lo largo de varios días o semanas, se concentra en dos días). Me explicó que iba a sangrar mucho más, que iba a tener contracciones, probablemente náuseas… Bueno, un montón de posibles síntomas (y, de hecho, junto con las 4 pastillas me dio una bolsa con bastante medicación y las instrucciones para tomarla si la necesitaba).

Con toda esta información, yo me hice a la idea de que iba a encontrarme mal. Por la noche, me metí las pastillas y esperamos a ver qué pasaba; seguí haciendo vida normal, y el caso es que al día siguiente las pastillas no me hicieron ningún efecto. De hecho, yo creo que hasta sangraba menos, y tenía el mismo malestar físico que desde que había empezado todo (muy leve, vaya). Por la tarde, alrededor de las 18hs (o sea, muchísimas horas después de haberme puesto las pastillas) estaba en el trabajo, fui al baño hacer pis y al limpiarme en el papel aparece una pastilla intacta. Me quedé alucinada, no sabía qué hacer, así que llamé al 061 y ahí me informaron de que esto era algo bastante habitual, que a veces se cae alguna, que si podía me la volviese a meter (cosa que hice) y listo.

Los días siguientes yo estaba bastante bien, sangrando muy poquito, aunque no dejé de sangrar en ningún momento, y con alguna leve molestia, pero ni una sola contracción, ni náuseas… ¡Nada de nada! Así que yo lo que me temía era que las pastillas no me habían hecho efecto por alguna razón o que se me habían caído sin darme cuenta. Estaba bastante preocupada y todavía faltaba una semana entera para la siguiente cita, así que decidí que el lunes iba a hacer una consulta a ver si era conveniente ir al hospital o algo.

Semana 3

El lunes hice una consulta online (casualmente, me acababa de enterar de que aparte del 061 telefónico también existe un servicio online) contando lo que me había pasado y cuáles eran mis dudas.

Al rato recibí una respuesta recomendándome acudir al hospital. Era lunes por la tarde y había mucha gente en urgencias de ginecología; tardaron bastante en atenderme y, para colmo, esta vez no tuve tanta suerte y me atendió una profesional que fue muy borde y lo único que me transmitía eran muy pocas ganas de trabajar. Después de reñirme por haber ido a urgencias cuando lo mío no era una urgencia (a pesar de explicarle que yo había seguido las recomendaciones del 061), me hace una ecografía y me dice que está todo bien, que ya hay menos restos y que todo sigue su curso normal. Vamos, que la incógnita de por qué las pastillas no me provocaron los síntomas esperados no se resolvió.

El resto de la semana digamos que todo se fue normalizando. Físicamente me encontraba casi normal, muy poco sangrado y muy pocas molestias. Pero mi cuerpo seguía raro, en cierto modo aún te sientes como si estuvieras embarazada (las hormonas siguen alteradas). Y en cuanto a la parte emocional y psicológica del asunto, ya estaba todo mucho más asumido. Lo cierto es que el hecho de haber podido hacer vida normal y haberme encontrado bien en todo momento ayudó, y todo el proceso coincidió con un gran avance en un proyecto personal tanto de mi marido como mío que nos sirvió para contrarrestar un poco una situación tan dolorosa. Digamos que, a pesar de lo duro y triste que es algo así, agradezco mucho que no sucedió en el peor momento.

Para mí el duelo implica mucho tiempo. Cuando me ha tocado de cerca, nunca he asumido la muerte enseguida, han sido procesos largos e íntimos. Y este es un episodio más que se incorpora a la historia de mi vida y que iré procesando poco a poco. Tras los primeros días, que fueron más duros, impactantes y tristes, y la parte física también mucho más intensa, lo peor es estar recordándolo todo el rato, cada vez que vas al baño y ves la sangre, y tener que ir al médico una y otra vez. Pero también es cierto que el hecho de que sea un proceso largo ayuda a ir despidiéndote a tu ritmo.

Semana 4

Me toca de nuevo ecografía y de nuevo quedan restos, aunque esta vez son muy poquitos. Había tres posibilidades: no hacer nada y esperar a que salgan solos, hacer un legrado directamente o la opción intermedia que sería repetir el tratamiento de las pastillas. Me recomendaron esta última y a mí también me pareció lo más razonable. Esta vez me sugieren algo nuevo, humedecer un poco las pastillas con agua antes de introducirlas en la vagina, para que se disuelvan mejor.

Me hicieron más efecto que la primera vez, al día siguiente no me encontraba nada bien. No llegué a tener contracciones, ni a estar mal de quedarme en la cama (de hecho, estuve trabajando), pero estaba bastante pachuchilla. Además, llevaba unos días tomando ibuprofeno porque me dolía bastante la garganta, y como no suelo recurrir mucho a la medicación (prefiero dejar que el cuerpo sane solo y a su ritmo, a no ser que realmente me encuentre muy mal o que me esté impidiendo hacer mi vida) tenía quizá las defensas un poquito bajas y se me estaba juntando todo. El segundo día aún estaba regular, pero ya mucho mejor. Y el tercer día ya normal. 

A partir de ahí seguí manchando pero muy poquito, principalmente al ir al baño, así que por fin, después de casi un mes, dejé de usar compresas (ese mes para mí fue decisivo en otro aspecto, decidí que no quería usar compresas desechables nunca más y me pasé a las de tela, con las que estoy encantada).

Semana 5

Se repite la historia una vez más. Me hacen una eco y aún quedan restos. Como el ginecólogo que me atendió se quedó dudando, tomé la iniciativa y le propuse esperar unas semanas y volver después de que me hubiese venido la regla, a ver si gracias a ella se terminaba de limpiar todo bien. Le pareció razonable y quedamos así.

Pero esta vez hubo dos temas nuevos:

  • Por un lado, me pidió una analítica para comprobar los niveles hormonales (la hice y todo estaba correcto).
  • Por otro, en la eco le pareció ver algo al fondo del útero, posiblemente un mioma. Quedó pendiente de verlo en la siguiente revisión.

Ese día me enfadé, muchísimo. Tuve que esperar un montón a que me atendieran, me resultó desesperante estar viviendo una y otra vez lo mismo, parecía que el proceso no iba a acabar nunca… Estaba cabreadísima, tanto que eché a andar y de repente, cuando me di cuenta de donde estaba, llevaba más de media hora caminando y no había sido ni consciente. Pero me permití estar así, lo necesitaba. Enfadada con el mundo y hartísima.

Semanas 6 y 7

Poco después me vino la regla. Me habían avisado de que probablemente fuese una menstruación rara (color, olor…), pero en mi caso no, fue de lo más normal y me resultó tranquilizadora, me sirvió para avanzar un poco más en este durísimo capítulo de mi vida 

Incluso después de la regla seguí manchando un poco, mi cuerpo todavía se estaba normalizando. Y después de eso, tenía mucho flujo, pero ya limpio por fin.

Semana 8

El día de la revisión iba muy tranquila. Lo cierto es que prácticamente había borrado lo del posible mioma de mi mente, y al encontrarme ya normal y haber dejado de manchar, estaba segura de que ese día se acabaría todo por fin. No fue así…

Ya no quedaban restos, pero había algo claramente. El ginecólogo llamó a una compañera para contrastar opiniones. No sabían si era un mioma o un pólipo, aunque apostaban por un mioma. Y esto es lo que me cuentan:

  • No es grave ni urgente, de hecho tiene un aspecto totalmente benigno, pero hay que sacarlo.
  • Posiblemente haya sido la causa del aborto, aunque no se puede saber con seguridad.
  • Tengo que esperar una llamada para que me den cita para una histeroscopia. Ese día, en principio, confirmarán que es un mioma y me lo quitarán. El proceso es rápido y bastante inocuo, aunque algo molesto y con ciertos posibles efectos secundarios (dolor, sangrado, náuseas…). Si en un mes no me han llamado, me recomiendan que llame yo para ver cómo va el tema.

Meses siguientes…

Pues sí, pasaron meses hasta que me dieron cita. Meses en los que llamé varias veces y me decían cada vez algo distinto (que iba a ser ya de ya, que si esta quincena no pero la que viene seguro que sí, que es imposible saberlo así que mejor no me dicen nada…). Hasta que por fin me citaron en febrero, 6 meses después de la última cita, 8 meses y medio después del inicio del sangrado. Fue una espera larga y difícil, y yo no tenía ganas de ir a hacer esa prueba, ni de hablar de ello… solo quería que todo pasara por fin y poder empezar un capítulo nuevo, pero no tenía ninguna confianza en que aquello fuese el final.

Semana 33

Vamos al hospital. Una vez más, tengo que entrar sola. Me atienden tres mujeres. Encantadoras, cariñosas, dulces, me lo explicaron todo antes de empezar y también durante. Fue mucho más llevadero de lo que había imaginado, apenas sentí molestias. Me metieron un suero que estaba frío, y luego un instrumento con una cámara y una especie de pincitas para sacar al “intruso”. Al final resultó que no era un mioma, sino un pólipo. Bueno, un pólipo y medio, ya que tenía un compañero a medio formar. Me los sacaron y listo. Los días siguientes tendría que usar compresas, ya que estaría expulsando el líquido poco a poco. Y ya solo tocaba esperar al resultado, ya que había que analizar el pólipo, pero me aseguraron que era benigno. 

Semana 37

Un mes después recibí una llamada para corroborarlo (en ese momento ya estábamos confinados, desde hacía unos días, así que me lo contaron por teléfono directamente): el pólipo era benigno.

Fin del relato de mi aborto

Obviamente, ahí no acaba todo. ¿Sabéis eso de que el postparto no dura en realidad 40 días, sino mucho más? Pues el “postaborto” también. De hecho, yo creo que, como cualquier duelo, es un proceso que no acaba nunca. Para mí esta experiencia ha marcado un antes y un después muy significativo en mi vida. Pero ya os contaré más cosas otro día, hoy solo quería compartir mi historia. Gracias por acompañarme en este camino 💜

3 comentarios en “Cuando tu hijo se va por el WC (relato de mi pérdida gestacional)

  1. Sabina, lo acabo de leer. Ojalá más mujeres escribieran sobre abortos, tanto de los espontáneos como de los provocados. Tu historia y la mía son bastante similares. Me refiero a mi segundo aborto. Ya sabes que el primero que tuve fue provocado, pero el segundo, espontáneo. Sí, los duelos son extraños, un proceso que te acompaña de por vida, y que te hace crecer. Felicidades por contar tu experiencia de una manera tan honesta, tan cristalina, y por romper de ese modo, otro gran tabú aferrado a la historia de las mujeres, por más que es algo tremendamente común.

  2. Me olvidé de decirte que desde hace tiempo tengo pensado abrir como una red sobre experiencias de este tipo. Mujeres que quieran compartir sus vivencias abortivas en forma de relato, poesía… Y más adelante hasta de forma grupal/presencial. ¡Podríamos
    darle forma!

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